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El arte del crimen

17 septiembre 2020

No es aventurado pensar que El arte del crimen, la última novela fuera de la serie Bernie Gunther que escribió Philip Kerr, publicada originariamente en 2014, fuera no sólo de las que más disfrutara escribiendo sino aquella en la que camufló numerosos aspectos de su trayectoria profesional. No en balde la protagoniza un escritor, John Houston, bestseller global que necesita de todo un ejército de satélites -negros literarios, agentes, editores…- para mantener y dar salida a su frenético ritmo de producción, sostén del entramado millonario que encabeza. Impelido por la necesidad de alumbrar algo de calidad, un buen día decide demontar el tinglado, maniobra que deja sin sustento y con ingente dosis de rencor a un elevado número de personas. Al poco tiempo su esposa es asesinada en Mónaco, lo que lo convierte en el principal sospechoso y obliga a permanecer en la sombra mientras intenta limpiar su nombre con la ayuda crucial de su más estrecho colaborador, Don Irvine.

Veamos algunas de las innegables fuentes de las que bebió el autor para componer un thriller tan vibrante como glamuroso y personal, una montaña rusa con la diversión y el guiño como pilares.

Alejandro Dumas

Al clásico francés se le atribuye la asistencia de una corte de 67 negros literarios, sin los cuales le habría sido imposible completar un total de 646 obras -aunque se sospecha que algunas las escribieron de cabo a rabo aquéllos a partir de un mero esbozo del maestro-, que reunieron a 4056 protagonistas, 8872 secundarios y 24.339 figurantes. Una verdadera industria colaborativa aunque la gloria se concentrara en un solo individuo.

Alfred Hitchcock

La sombra del apodado como “genio del suspense” planea por diversos momentos de la novela. La condición de víctima inocente de Houston y las persecuciones resultantes remiten a películas como Falso culpable, Con la muerte en os talones o Atrapa a un ladrón, al tiempo que la historia se imbuye del ritmo acelerado y del tono socarrón que el realizador inglés solía imprimir a sus creaciones. En otros momentos, sin embargo, parece que inmersos en una aventura de James Bond, bien por los recursos que despliega el protagonista -capaz tanto de pilotar un barco como un avión- como por el lujo y el charme de diversos escenarios.

Papel couché

Philip Kerr conoció de cerca no sólo la cara más ridícula del mundillo literario que parodia en el libro sino también el mundo del auténtico glamour y de las celebrities, a contar on muchos amigos y conocidos en el mundo del espectáculo (vendió los derechos de varios de sus libros a la gran pantalla aunque nunca fructificó ningún proyecto). Entrevistarle garantizaba que en te acabara hablando de alguna anécdota relacionada con Tom Cruise o aquella vez en que la prensa rosa le atribuyó un romance con la actriz Elizabeth Hurley tras cazarle los paparazzi saliendo juntos de una fiesta organizada por Elton John. El arte del crimen toca este aspecto vacuo y fastuoso del show business y de la fama de una forma claramente irónica. Puede decirse que la novela es doblemente autorreferencial: para su creador en tanto que vierte experiencias propias en el mundo de los flashes y para su protagonista por cuanto se ve inmerso en una trama que parece extraída de uno de sus éxitos planetarios.

PS: Otro de los placeres secundarios del libro, dentro del juego de descifrar las numerosas y maliciosas referencias literarias encubiertas, pasa por fantasear con el escritor/a que sirvió parcialmente de inspiración a Kerr para su (fanfarrón y detestable) protagonista -más allá del creador de Los tres mosqueteros-, alguien que quizá le provocaba tirria tras coincidir en algún evento o que simplemente consideraba un farsante. Lo cierto es que por volumen de ventas sólo vienen a la cabeza nombres como los de James Patterson, Dan Brown, Jackie Collins o Stephen King. De existir un modelo, como buen gentleman, el escocés se llevó el secreto con él.

Antonio Lozano

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