Dos apuntes a propósito de Metrópolis:
1/ La prematura muerte de Philip Kerr (1956-2018) cortó de raíz la trayectoria de su gran creación, el detective de inspiración chandleriana Bernie Gunther (ya saben, una visión cínica de la existencia -el humor crudo como coraza-, no reñida con un férreo código moral y el mayor de los compromisos con su oficio). No sabemos por qué períodos históricos y escenarios lo hubiese desplazado en futuras entregas de la serie, ni a qué aventuras y personajes lo hubiese hecho enfrentarse (lo único seguro es que jamás se hubiese producido un careo con Adolf Hitler, una resolución que el autor dejo bien clara en diversas entrevistas), pero nos queda el consuelo de que pudo definir su marcha, ejercer el control sobre la forma que deseaba darle a su acelerado adiós. Metrópolis baja el telón con un brusco salto temporal a los orígenes investigadores del personaje, concretamente a su entrada en la Brigada de Homicidios de la policía berlinesa (a sus espaldas lleva haber participado en la Primera Guerra Mundial y en la brigada anti vicio del mismo cuerpo policial) una solución mucho más interesante y honrosa que una jubilación forzosa, ya no digamos de una muerte. En un momento en que el escritor se enfrentaba a su propio final (quimioterapia incluida), apostó por acercarnos a la juventud de su creación, es decir, a su energía, a sus ilusiones, a su fuerza mental y física. Conscientes de lo que a Gunther le queda por delante (y no es una cuesta ligera), emociona verlo abrirse camino, dan ganas de gritarle "¡ánimos!".
2/ Como a lo largo de toda la serie, la ambientación es impecable, pero quizá en pocas ocasiones a lo largo de la misma un marco ha dado tanto de sí. Nos hallamos en el verano berlinés de 1928. La ciudad alemana, tantas veces comparada con la Babilonia bíblica en ese momento histórico, experimenta una suerte de equilibrio perfecto entre la oscuridad (ascensión de los nazis a todas las esferas del poder, hambre, pobreza, mendicidad y delincuencia omnipresentes) y la luz (proliferación de islas de placer y liberación, en forma de clubs, muchos de ellos clandestinos, donde la música, el espectáculo y la carne son protagonistas). Esta atmósfera a un tiempo turbia y lúdica fue muy inspiradora desde un punto de vista artístico y Philip Kerr no duda en introducir cameos de pintores como George Grosz u Otto Dix, cuyos estilo expresionistas captaron brillantemente el zeitgast.
Otra estrella invitada es Thea von Harbou, autora, entre otros, del guión de la película M. El vampiro de Dusseldorf, dirigida por su entonces marido, Fritz Lang. Sólo diremos que Bernie Gunther influyó en un aspecto decisivo de la misma…
No acaban aquí las apariciones especiales pero, en tanto que RBA, no podemos dejar de citar la presencia de un veterano de guerra inglés devenido en novelista que lleva por nombre Robert… Rankin.