Una de las características más destacadas de todas las novelas protagonizadas por el periodista Julio Gálvez es el humor. Jorge M. Reverte vuelca en su personaje una visión especialmente irónica, y en ocasiones satírica, sobre la realidad que le rodea,
algo que ya pudimos comprobar en sus títulos anteriores y que en esta nueva entrega alcanza una maestría digna de aplauso. Y es que la mirada del periodista más famoso del género negro español es, en Gálvez entre los leones, más fina que nunca. Algunos capítulos son, simplemente, desternillantes, como por ejemplo el decimotercero, en el que los protagonistas montan un zipizape en el interior de un avión que, en muchos aspectos, recuerda a aquel camarote de los hermanos Marx que tantas carcajadas continúa hoy arrancando.
He aquí algunos ejemplos de los toques del humor que Jorge M. Reverte vuelca en esta entrega:
- El coche que regalan a Gálvez: ‘Mi jefe me tenía preparada una sorpresa: un coche para que pudiera moverme por la zona. Un vetusto Ford Fiesta que tenía más abolladuras que la cara de un boxeador profesional de Vallecas’.
- El bilingüismo en Asturias: ‘En una de mis idas y venidas para hacer recados, la descubrí colocando unos carteles de gran tamaño en la caseta de recepción para los visitantes. Había una pareja de ellos en los que se leía: «Taquilla», y muy juntos. Otros dos, también gemelos, rezaban: «Cueva». Y yo, sin ningún tipo de ironía, le pregunté la razón de las repeticiones:
—En uno está en castellano y en otro en bable.
—Pero son iguales...
—No importa, tiene que resultar evidente que aquí se considera a las dos lenguas al mismo nivel. Y, además, Gálvez, ya sabes que es para eso para lo que me han colocado aquí’.
- Las técnicas periodísticas: ‘Mi instinto de periodista se abrió paso a través de las adormecidas neuronas que me quedaban. Mientras me maldecía a mí mismo por no haber indagado algo sobre la empresa antes de embarcarme en la brillante operación de Nueva Atapuerca, tuve la mejor de las ideas que puede tener un profesional de la información en apuros: llamar a otro periodista que no tenga interés en esa información, porque, si la tiene, uno puede acabar soltando más lastre del que recoge. Lo ideal en estos casos es localizar a uno de la sección de Opinión, que suelen ser gente que no vampiriza a los demás porque bastante tienen con adivinar y después pasar al papel lo que piensa el dueño de su periódico sobre cualquier asunto’.
- La situación de España: ‘Tenía en el bolsillo casi dos mil euros y las llaves de un Ford Fiesta de color rojo, aparte de un teléfono al que nadie se había molestado en dar de baja. Un chollo en un país en el que todo se estaba derrumbando’.
- La novela negra: ‘Lo que habían hecho con aquel hombre le habría dado a un autor sueco de novelas negras para unas trescientas páginas’.
- La situación de España: ‘También sé qué es un emprendedor. Al parecer es lo que se espera de cualquier ciudadano que esté dispuesto a perder todos sus derechos laborales y a invertir el dinero de su madre en alguna actividad relacionada con la tecnología’.
- Los chinos: ‘En el barrio de Maribel ya no se abrían locales comerciales que no fueran propiedad de ciudadanos chinos, los precursores de la vuelta a la mano de obra esclava que los gobernantes, los banqueros y los patronos europeos reclamaban por aquel entonces con notable éxito: los que tenían que perder todos sus derechos laborales votaban a quienes lo exigían. En un comercio chino, mientras se hace la compra, se puede meditar sobre eso, e imaginarse a uno mismo durmiendo bajo el mostrador para resultar menos costoso al dueño. ¡Qué patriotismo laboral!’.
- Teresa Fernández de la Vega en África: ‘Según hablaba de la anterior vicepresidenta, me vinieron a la cabeza las imágenes del periódico sobre un viaje en el que la responsable del gobierno se había pasado los días saltando de hotel de lujo en hotel de lujo, poniéndose turbantes y chaquetas con dibujos étnicos a lo largo de su cruzada contra el machismo colonialista en África. Un machismo que, al parecer, no tenía nada que ver con las costumbres locales’.
- El inglés y los españoles: ‘En España los únicos que no saben nada de inglés son los presidentes de gobierno. La gente se las apaña por la calle con más habilidad de la que demuestra un jefe de gabinete en Bruselas’.
- El culo de los animales en Tanzania: ‘Durante un par de horas recorrimos el camino muy despacio, evitando en lo posible los profundos baches que cribaban el camino y llamándonos la atención unos a otros, Aida, Vento y yo, sobre la enorme cantidad de culos de animales que se ve en África. Culos de gacelas, de ñúes, de jabalíes, de cebras, de jirafas, de búfalos, incluso de elefantes. El colmo fue ver la insólita imagen del culo de un hipopótamo asustado con nuestro coche. Millares de culos de todas clases.
No pude evitar decirle a Baraka:
—Baraka, da la vuelta, a ver si podemos verle el hocico a algún bicho.
—En esta parte de África es imposible, bwana —me respondió mejorando el chiste—, para ver la delantera de los animales hay que ir al África occidental’.
- Hacer el amor en África: ‘África es, según todos los tópicos al uso, un terreno de promiscuidad, pero se puede desafiar al más pintado a tener relaciones íntimas en una tienda de campaña montada en la sabana en la que una pareja de personas enfundadas en sacos de dormir y protegidas por telas antimosquitos establezca alguna relación que vaya mucho más allá del cruce de mimos verbal'.